Estaba un día el Conde Lucanor hablando con Patronio, su consejero, y le dijo:
- Patronio, me han nombrado coordinador del Proyecto Lector de mi Centro y estoy francamente celoso. Porque veo que aunque la Junta de Andalucía dice que quiere mucho a la Lectura y la mima, y hasta el mismo Rey de Andalucía, Llaves I, lo asegura, yo veo que no es así como proclaman, porque más aprecio y más denuedo muestran con otras cosas que con los libros. Y ocurrió que ayer vi entrar muchos cables y muchos ordenadores y nunca vi para mi Plan Lector tanto despliegue como ahora veo para otros Planes, aunque otros dicen que eso es involuntario, que eso son tics. Y a veces acontece que me culpabilizo, porque no tengo noticias de que sean malas personas o mentirosas, y me creo que soy yo el franco de celos y envidioso que malmete en mi mente cuando ellos de verdad quieren a la lectura. Otrosí que son personas poderosas y pueden hacerme mucho muy gran daño y no quiero enemistades que perjudiquen la biblioteca y así sucede que tengo que aceptar la cosa como venga.
Patronio le contestó:
- Escuchad, mi querido Conde Lucanor. Si esos que decís, cuyas credenciales no conozco, son como una madre cuya historia os voy a contar, tened por seguro que el amor que profesan a la lectura es un falso canto, mas si veis que son en contra, personas justas cual no era esta mujer, pensad que en algo estaréis equivocado.
- Contad, pues- insistió el Conde.
En una ciudad mora vivían tres hijos de una misma madre que había enviudado y sin embargo, custodiaba la herencia del padre para los tres. A la mayor dio un chalé para vivir, al mediano un piso y a la pequeña una choza provisionalmente, diciéndoles que en adelante y cuando ella muriera, las tres residencias más el palacio que se reservó para sí se repartirían entre todos según las leyes musulmanas. Por esa razón la pequeña andaba a veces recelosa, viendo que la situación se prolongaría y al final quedarían para siempre con las residencias que provisionalmente les adjudicaron.
En una ocasión que almorzaban por el día de la madre, la pequeña preguntó si quería a todos sus hijos. Y la madre respondió irritada preguntando cómo podía dudarlo y aseguró que el cariño era algo natural que se repartía con justicia entre los hijos pues así estaba hecho por dios desde la creación. La hija preguntó por qué entonces le había correspondido a ella la choza, la peor residencia en la que apenas tenía medios para sobrevivir.
La madre airada montó en cólera y tildó a la hija de desagradecida recordándole que en años anteriores le había prestado dinero para una enfermedad gravísima de su marido que necesitó cuatro mil quinientos euros para salir de un coma gravísimo que había durado siglos [es dudoso, pero figura así en el manuscrito]. Y que diera gracias a que recibió ese dinero, porque otros le aconsejaron que le diera solo dos mil quinientos. La hija, muy apesadumbrada, agradeció a la madre el dinero aportado, no sin antes aclararle que por esa donación había perdido la subvención que todos los años le daban –que aunque era poca, era la única- y que después de tantos años sin recibir nada, no era para tenerla por donación grande, pues los demás hermanos y hermanas habían recibido muchos más miles de euros por celebraciones de bodas y bautizos, fiestas cuya necesidad no pueden compararse a una enfermedad crónica y grave.
La madre echóse entonces a llorar, buscó recibos de lo que había gastado e hízose la víctima para que nadie pensara mal, porque a la comida también asistieron don Perio y doña Dista, vecinos muy chismosos a los que miraba continuamente de soslayo.
La comida terminó cuando dios quiso y fuéronse cada cual para su casa. Había mucha fuerte sequía y el mal viento produjo incendios y quemó el chalé, quemó el piso y quemó la choza. Los tres hijos llamaron a su madre y le pidieron criados para sofocar el fuego. Al chalé mandó diez, al piso tres y a la choza mandó a un niño, pensando que ya habría ardido definitivamente. Ella se reservó veinte por si el fuego avanzaba y quemaba el palacio.
El niño fue de poca ayuda para la hija sofocada que con cubos horadados intentaba calmar las llamas. Antes tuvo que decirle al niño que se guareciera y que no intentara ayudarla que ya se valía sola con sus hijos y marido.
La choza quedó completamente quemada y sólo pudieron salvar alguna pertenencia como los retratos de familia y los ajuares antiguos, que ninguno de la familia había querido y que guardó ella. Pero la joven estaba orgullosa de haber podido salvar unas fotos de sus abuelos en cuya esquina habían firmado ambos una dedicatoria con sus nombres. Miró la foto y le satisfizo haberla salvado aunque su hacienda estuviera desaparecida.
Al punto llegaron criados siendo ya día postrero y dijeron que venían de parte de madre, que venían para hacer prueba de diagnóstico pues había lenguas que se deshacían en el pueblo de lo mal que había quedado la choza. La hija despachó rápidamente a los intrusos a los que reprochó venir a ver lo que ya sabían. Y ellos fuéronse no sin antes avisarla de que su madre la requería invitada para el almuerzo del día siguiente en familia.
La hija no esperó a la siguiente comida para decirle a la madre presente en su propio palacio:
- Ahora sé que no me quieres, y que tus palabras son falsas y mentirosas.
La madre intentó excusarse:
- El chalé era mucho más grande y valioso y necesitaba más trabajadores para sofocar el fuego. El piso estaba más alto y necesitaba más gente para subir. Pensé que tu choza ya había ardido completamente y no valía la pena salvarla, era mejor proteger el palacio, que será para todos.
- No espero repartos que nunca sé cuándo llegarán. Sólo esperaba tener la seguridad de que tus palabras eran falsas, y ahora tengo esa seguridad. Porque pudiste salvar mi pobre hacienda y no lo hiciste.
- Reconstruiremos tu choza, cuando terminemos un nuevo chalé y un nuevo piso –respondió la madre.
- No es necesario. Repartiremos todos por igual ahora mismo y ante los jueces, porque tú no sólo no me quieres sino que no te necesito. Vete del palacio, que lo ocuparé yo.
Y presentáronse con mala cara alguaciles para sellar las riquezas del palacio de modo que no se gastara dinero en anuncios de vivienda sino en vivienda, no se gastara dinero en anuncios de fomento de la lectura, sino en lectura y no se gastara dinero en anuncios de enseñanza sino en enseñanza y además que no se mintiera alegremente diciendo que protegen a quien no protegen, que quieren a quien no quieren, que hacen lo que no hacen y todo ello aprovechándose de la ignorancia de los hijos. Y don Perio y doña Dista se frotaron las manos pensando que entre el fuego y la pelea tenían buena forma de pasar el tiempo chismorreando.
Así que Conde Lucanor, si veis que la Junta procede como esta mujer, tened por seguro que no sólo no os quiere, sino que nunca os querrá, antes bien se aprovechará de vuestro amor presentando ante los demás vuestro esfuerzo como si fuera suyo, a pesar de no haber cumplido ampliamente su deber de madre con anterioridad –ni en lo sucesivo-.
Corresponde a usted sin embargo, ser magnánimo y discreto comprendiendo su ignorancia. Tened en cuenta que si los libros son cuestión de lengua, la Junta piensa que gastando lengua ya cumple con ellos y por tanto decir que los quiere es para ella suficiente. Conformaos también pensando que si cientos de años la lectura fue en Andalucía sin la Junta, muchos más años podrá seguir sin ella, incluso sin ti, soberbio Conde, pues la lectura sea como sea, ganará a los ignorantes, sean políticos, sean profesores o sean profesionales de la ignorancia –a los que no identifico por no señalar-.
Y BiblioRíos como vio que este cuento era bueno, y ninguna autoridad lo iba a leer por costumbre, hizo escribirlo en este blog –copiado de aquel que lo ideó- e hizo estos versos que dicen así.
Echa cuentas y verás
Quienes te quieren de verdad.
Y también estotro
Si tanto se gastan en TIC
Otro tanto que se gasten en mic
(o algo así)
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3 comentarios:
Felicidades por el descubrimiento, apesar de instituciones y de subditos ineptos, los lectores !!vivimos!!. Ser lector es un legado y un privilegio, todo cabe en la dimensión de la lectura. El paraiso del lector es una lista de autores y un puñado de libros, y esto conforma una identidad que está en continuo movimiento porque es un territorio de libertad sin límites. Animo, porque esto continúa...
Divetidísimo. ¿Es inventado o se inspira en alguna situación real? Es que no caigo...
Yo añadiría una cosilla, a "que no se gastara el dinero en anuncios de enseñanza, sino en enseñanza" y es la siguiente: "Que no se gaste el papel en cuadernillos para diagnosticar, sino en libros para aprender y disfrutar".
Supongo que estará inspirado en la situación de las bibliotecas en el siglo XIV.
Tu añadido: magnífico. Debe de ser de una parte que está borrada en el manuscrito. Ya sabes, la censura.
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