Me encontraba en Aranjuez dando un curso precisamente sobre bibliotecas escolares y lectura. Al llegar al Centro del Profesorado, encontré un bibliobús a la puerta. Realmente nunca había entrado en ninguno y no me resistí. Eché un vistazo, hurgué lo que pude y hasta entablé charla con el conductor bibliotecario. Sorprende ver lo bien que puede aprovecharse el espacio, la cantidad de libros que caben y lo agradable que puede resultar un lugar en principio poco propicio para quienes como yo somos muy hogareños para leer y ver libros. No cabe duda: los bibliobuses actuales son realmente espectaculares y prestan un servicio extraordinario.
La geografía y la economía también condicionan la forma en que las biblioteas ambulantes salen al encuentro del lector: en bici, en burro, a caballo... Como este bibliocamión (visto en ilustra-t)supongo que adecuado para recorrer el Sahara mejor que un autobús.
Y decenas de otras formas en las que las estanterías andan, vuelan o aparecen como por arte de magia en insospechados sitios. Este álbum de Diana nos presenta formas y lugares a veces únicos para llevar los libros a lugares lejanos o a personas pobres, como a sitios de ocio y lugares de paso.
Pudiéramos decir que toda la tierra es una biblioteca en potencia, sólo hay que saber descubrirlo.
Ahora la tecnología y el dinero pueden llevar la cultura con facilidad y cuidado. Sin embargo, aún hay regiones en las que el libro vive la misma pobreza de transporte y de vivienda que sus habitantes. Algo que en España ocurrió no hace tanto, si recordamos las misiones pedagógicas y su intento de llevar la cultura a zonas pobres y aisladas de la península. Así que el biblioburro -entendido como biblioteca ambulante, no como algún zoquete de los que quedan en las bibliotecas- no puede parecernos sino un pariente admirable de nuestra historia.
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